Con objeto de conocer a los padres de su mujer, fue instruido en unas pautas de conducta muy minuciosas sobre vestimenta, protocolo y temas de conversación. La disciplina mental que tuvo que mantener aquel día fue tan exagerada, que a la mañana siguiente todavía seguía en constante vigilancia. Se dijo a sí mismo ante el espejo que incluso ir a trabajar al taller exigía seguir un código de vestimenta y se puso corbata. Durante la cena mantuvo una conversación en torno a banalidades para evitar aludir a cualquier tema comprometido. Desde aquel momento la contención y la formalidad fueron impregnando paulatinamente su relación y, con el paso del tiempo, la falta de complicidad fue añadiendo monotonía a la convivencia. Si bien de vez en cuando pasaba algunos ratos divertidos con su esposa, comenzó a pensar que no le caía ni bien ni mal. Era un mero conocerse sin profundizar en la relación, y no tardó mucho en llegar a la conclusión de que lo más correcto era tratar a su mujer de usted. Una mañana, después de dar vueltas en la cama toda la noche, fue finalmente consciente de lo embarazoso que le resultaba vivir con una semidesconocida y decidió hacer las maletas.
La ceremonia en el juzgado duró poco y solo acudieron los familiares más cercanos. El instante más conmovedor fue cuando se devolvieron los anillos. Durante la comida, el padre de la exmujer hizo un brindis con palabras de elogio para el exmarido. No entendía que su hija no quisiera estar casada con alguien tan bien educado.
Seleccionado como finalista del .