Todo comenzó con unos misteriosos puntos oscuros que aparecían y desaparecían sin razón aparente al observar la estrella. Al principio, el astrónomo pensó que se debían al paso de planetas en órbita, aunque no tardó en rechazar esta posibilidad. También consideró la hipótesis de que fuera un enjambre de cometas, pero se necesitaban demasiados para lograr disminuir la luz de aquella manera. A pesar de las dificultades para comprender el fenómeno, no se dio por vencido y continuó buscando una explicación. Los puntos oscuros se fueron transformando en sombras con tanta rapidez que el día en que por fin desentrañó el misterio, ya convivía con la certeza de que en algún momento dejaría de ver la estrella para siempre.

Cuando el brillo se extinguió por completo, todavía se preguntaba si estaba realmente preparado para aquel instante. Tomó sus últimas notas en el ordenador con un teclado que se conocía de memoria y suspiró con la incertidumbre de quien se adentra en lo inexplorado, esperando a que el rostro envuelto en manchas que se acercaba dijera algo para estar seguro de que era el de su mujer.

 

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