Sus padres querían que fuera músico, pero su verdadera pasión era la medicina. «No te vas a dedicar a eso, ¿de qué piensas vivir?» –le decían. Sin medios propios, hubo de transigir durante varios años hasta que, por azar, descubrió que sus canciones pop-rock tenían efectos en la salud y abrió un pequeño consultorio de medicina alternativa. Al compás de «tómate estas dos canciones una vez al día y me llamas la semana que viene», combatía ansiedades y mejoraba ritmos cardíacos. Se ganó fama en el barrio por sus fórmulas armónicas magistrales que componía específicamente para cada paciente. A pesar de todo, era tanta su indiferencia por la música que cada vez descuidaba más sus piezas. Una canción simplona con un efecto indeseado fue la razón de que cerrara el negocio acusado de negligencia. Comprados los derechos por una discográfica, la canción enseguida se convirtió en superventas. Resignado, ha aceptado su destino, aunque en ocasiones todavía se lamenta desde el balcón de su mansión con vistas al mar.
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