Mundos paralelos, ruptura de expectativas, cambios de contexto, suspense, humor, terror…, todo cabe en un microrrelato si lo narras y lo estrujas bien.

La fiambrera

El niño observa con asombro el trasiego de bandejas en la terraza del restaurante. Su padre, tras despedirse del camarero con quien conversaba —un viejo amigo—, le toma de la mano y juntos se dirigen al pinar que hay justo enfrente. Es consciente del interés que el local ha despertado en su hijo y se ve obligado a justificarse: «A nosotros no nos gustan esos sitios tan ruidosos, ¿verdad? Preferimos la quietud del campo, el olor a resina,… vivir la naturaleza».
La madre les espera sentada sobre la manta que ha extendido bajo un árbol, con una botella de agua que ha llenado en la fuente. El padre abre una fiambrera y el pequeño se lanza a rebuscar en su interior, con el afán de quien desentierra un tesoro, hasta que encuentra un calamar, oculto entre un par de aceitunas, restos de ensaladilla y media croqueta. Mientras come, desvía la vista hacia el restaurante, donde el camarero está recogiendo las mesas de los clientes que ya han acabado. Al verlo guardar en una fiambrera las sobras que encuentra, el pequeño se levanta de un salto y exclama: «¡Mira, papá, es igual que la nuestra!».

2 comentarios

  1. La historia está en tu mente

    Uy, qué pena…Pero oye, seguro que la croqueta y la ensaladilla estaban bien buenas. Eso espero…Un abrazo😊

    • Lluís Talavera

      Lo bueno de un niño de poca edad es que puede disfrutar de la comida sin las preocupaciones de los padres acerca de su procedencia. Esperemos que cuando se haga mayor mejoren las cosas. ¡Un abrazo, Aurora!

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