La multitud ha divisado por fin al fugitivo agazapado entre las rocas. Accede a acompañarles sin oponer resistencia, aunque sabe que le espera una ejecución. A ojos de los demás es una criatura insensible a la agonía, para quien el acto de matar resulta algo tan natural como respirar. Nadie puede ver ese vacío interior que poco a poco se llena de culpa y menos aún sospechar que se considera a sí mismo un ser abominable. Solo un observador muy diestro sería capaz de percibir el leve pero también persistente temblor de sus manos cada vez que afila la cuchilla.
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