Objetar, aunque sea cordialmente, ante cualquier omisión en una charla insustancial. Enmendar al interlocutor que comete un error gramatical por trivial que sea. Impugnar la imperfección como confirmación misma de su propio ser. Mirarse cada noche en el espejo y odiarse porque su ego no tolera que encuentre defectos en el rostro que refleja.
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