Supongo que fueron los nervios del momento los que provocaron que tropezara en aquel escalón. Me acuerdo perfectamente de la cara de espanto de mi hermana cuando me vio tendida en el suelo, y de su alivio al comprobar que estaba ilesa. También soy capaz de reconstruir con bastante detalle el itinerario hasta la iglesia o las particularidades del coche alquilado para la ocasión. Lo que perdí en aquella caída fue todo recuerdo de la persona que iba a ser mi marido. Con la esperanza de que fuera un efecto pasajero, logré superar el día sin despertar sospechas para acabar poniendo el anillo a un desconocido, junto al que pasé una noche de bodas llena de excusas y sin poder conciliar el sueño ante la idea de que me tocara.
Todavía sigo sin acordarme de él. Más de una vez me ha acuciado la necesidad de desahogarme, pero a medida que pasaba el tiempo la historia sonaba cada vez más inverosímil, casi como una coartada. He encontrado una oportunidad en este grupo de mujeres que comparten problemas conyugales. Cuando me llega el turno explico toda mi historia, el tormento de vivir con alguien que resulta irreconocible, la angustiosa sensación de que tu pareja sea un completo extraño. Concluido mi testimonio me preparo resignada a escuchar murmullos de incredulidad, pero solo se respira silencio. Al levantar la cabeza encuentro unos rostros que me miran con esa especie de claridad con la que solo pueden mirarte quienes comprenden lo que dices por haberlo sentido en sus propias carnes.

 

extraños