Los niños no pudieron resistirse. La explicación les resultaba larga y aburrida y la tentación de apartarse del grupo para explorar por su cuenta los alrededores era demasiado fuerte. Su atrevimiento obtuvo recompensa cuando encontraron aquel par de animales muertos. La historia les resultaba tediosa pero la biología, en cambio, era uno de sus temas preferidos. Tras contemplar fascinados los cuerpos durante unos segundos, en una de esas chiquilladas de la infancia, alguien tuvo la ocurrencia de que a lo mejor era posible revivir uno de ellos introduciéndole el corazón del otro. Justo en el momento en que intentaban acoplar el órgano apareció el profesor. No recibieron la reprimenda que esperaban, solo una advertencia de que debían tomarse muy en serio la vida y la muerte. Bastante tendrían con sortear aquel laberinto de cadáveres en su vuelta a la nave, esta vez sin taparles los ojos, para que aprendieran las consecuencias de jugar a ser dioses.