Mundos paralelos, ruptura de expectativas, cambios de contexto, suspense, humor, terror…, todo cabe en un microrrelato si lo narras y lo estrujas bien.

Mes: marzo 2018

Circularidad de los sueños

Nadie repara en aquel hombre sentado en la terraza de la cafetería que maneja el lápiz con movimientos suaves y precisos. Trazo a trazo reproduce hasta el último detalle de la vivienda abandonada que tiene enfrente. Pese a ello, solo es capaz de desterrar la sensación de que el dibujo está incompleto cuando añade una figura femenina, a la que su imaginación atribuye el hechizo de una sirena. Sin que nadie se percate, una mujer asoma por la ventana de la casa con la mirada puesta en los restos de esa antigua cafetería clausurada hace ya tiempo. Un anhelo imperioso le invita a cantar una oda al amante con el que fantasea. Su voz es de las que subyugan sin remedio. Cautivo de aquellas notas, aparece un artista con lápiz y papel en mano.

Nada de esto advierten los transeúntes que diariamente cruzan ese espacio entre la cafetería y el caserón. Como tantas otras cosas, pasan desapercibidos, transitando hacia destinos sin futuro, abarrotados de sueños que siempre acaban igual que empiezan.

 

Seleccionado en la convocatoria de abril de 2018 de Esta Noche Te Cuento.

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Narciso

Desde el día que murió todo fueron elogios a su belleza. Tanta era su soberbia que nunca congenió con sus iguales, de los que aborrecía los andares torpes y su aspecto repulsivo. Solo se aproximó a la verdad cuando dio con aquel estanque y el reflejo sobre aguas cristalinas le mostró un rostro putrefacto. A partir de aquel instante, experimentó tal desapego por la muerte, que día tras día su cuerpo fue recuperando vigor, hasta que llegó el momento en que tuvo que abandonar el cementerio para buscarse la vida. Es el más apuesto de la cola del comedor social.

 

Publicado en Cuentos para el andén, número 65.

 

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Espejismo

El hombre del pañuelo rojo camina desde hace días perdido entre las dunas. Extenuado, a punto de desvanecerse, le parece ver unas sombras a lo lejos que no alcanza a distinguir. Primero piensa que es fruto de su imaginación, pero inmediatamente estalla en sus oídos un estrépito de bombos y trompetas. La incredulidad le da fuerzas para levantarse y mirar. Abre el cortejo la banda de música interpretando un repertorio de las coplas más populares. Tras ellos, las charangas, con pocas personas pero disfraces muy vistosos. Cerrando la marcha, un niño portando una nevera con helados. El hombre disfruta del colorido del desfile, contagiado del ambiente que se respira. Anima con palmas mientras los fastuosos trajes de lentejuelas se mueven con gracia al ritmo de la percusión, deslumbrado y asombrado al mismo tiempo por el espectáculo que se desarrolla ante sus ojos. Un sorbete de limón le trae recuerdos de la infancia y parece saciar de golpe toda su sed. El día transcurre tan alegre y animado que se olvida completamente de que está perdido en el desierto. Al llegar la noche, todos comparten un campamento improvisado. Eso fue hace tres días. Desde entonces, el niño ha ido dejando por el camino los cadáveres de sus padres, sin bombos ni lentejuelas, soñando con un sorbete de limón imposible. Del hombre del pañuelo rojo, ni rastro.

 

Publicado en la revista Almiar

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Sin perdón

Hace unos días recibí una carta de mi padre. Una carta imposible, mi padre lleva muerto trece años. De él solo conservo un álbum repleto de ausencias y melancolías, de instantes que nunca existieron. Lamentaba haber vivido tanto tiempo alejados el uno del otro. Tal era su impaciencia por verme que lo había arreglado para poder venir hoy a casa. He esperado todo el día. Como siempre, no ha aparecido.

 

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Como todos los días

Tardaría en encontrar la más adecuada, pero no pensaba desistir. Su padre era un mecánico extraordinario, no había nada que no pudiese arreglar cuando tenía una llave inglesa en la mano. A él, en cambio, incluso escoger una del juego de herramientas del maletero le parecía complicado. Tras unos minutos de intensa concentración, finalmente se decidió. Suspiró aliviado al comprobar que era del tamaño correcto, su víctima había dejado de respirar con el primer golpe. Fue más tarde cuando, al pasar junto a otro coche, reconoció al amante de su mujer. Se había equivocado de hombre. Como el día anterior.

 

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Consciencia

El rostro que te devuelve el espejo de la habitación no es el tuyo. Abres la puerta para asomar la cabeza y te encuentras con el pasillo de una vieja pensión en la que jamás has estado. Sobre la silla, un uniforme desconocido te insinúa dónde trabajas. El día transcurre repleto de matices irreconocibles, rodeado de personas que se te hacen extrañas. De vuelta, una botella aún medio llena y que nunca compraste, te anima a servirte una copa, preludio de un sueño que te transporta a un mundo al que verdaderamente perteneces. Cuando despiertas, te vistes una vez más con ese uniforme que tanto detestas mientras reniegas del atajo de fracasados que hacen ruido en las habitaciones contiguas. El espejo refleja la imagen de una lágrima y la de una botella medio vacía.

 

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