Los sacerdotes cinéfilos no deberían practicar exorcismos. Estos dos, por ejemplo, llevan un buen rato esperando que la cabeza de la niña realice un giro inverosímil de trescientos sesenta grados para comprobar que el suyo funciona. La desesperación les impulsa a dar ellos mismos vueltas alrededor de la cama, como si todo se redujera a rotar de una forma u otra. Con tanto alboroto, no es extraño que la chiquilla haya vomitado el puré de guisantes y lance unos gritos tan frenéticos que uno diría que la ha poseído el diablo.