Todo comenzó un día como otro cualquiera a la hora del almuerzo. Sentado en el bar, advirtió que aquello que se movía en el plato era una cucaracha. Empático con el sufrimiento de los animales, lejos de buscar al camarero para quejarse, se la llevó a casa para ponerla en un terrario con algo de comida. Al otro día, en un nuevo restaurante, mordiendo una manzana dejó al descubierto la cabeza revoltosa de un gusano, que retirado con sumo cuidado de la fruta, se convirtió en compañero de la cucaracha. Para el siguiente almuerzo, optó por comprar un sándwich en el supermercado. Ya con el primer mordisco notó algo duro, pero fue capaz de parar a tiempo para escupirlo sin que se rompiera. Había encontrado un caracol, al cual, cómo no, acogió también en su casa. Durante semanas, consumió desayunos, almuerzos y meriendas en distintos lugares de los que invariablemente salía con algún animal a cuestas. Como aquellos dos días en que encontró un pelo en la sopa. Uno resultó ser de una ardilla que peleaba por escapar de la olla. El otro pertenecía a un macaco espabilado que se había colgado del extractor de la cocina para intentar birlar algo de comida. A estas alturas, sus vecinos ya han comenzado a inquietarse por la acumulación obsesiva de animales, e incluso se preguntan en qué circunstancias habrá obtenido algunos felinos o aquel paquidermo que tiene en el patio. Pero él se muestra indiferente a lo que se comenta a su alrededor. La previsión meteorológica pronostica lluvias torrenciales en todo el territorio con riesgo de inundaciones.
