El hombre conjeturado existe únicamente como resultado del juicio que a partir de diversos indicios forman otros hombres de él. Tomemos por ejemplo el individuo que pide en la esquina por la que pasamos cada día al ir a trabajar. Supongamos que le damos un paquete de arroz y lo rechaza. En ese instante nuestro veredicto modifica su identidad, pasando a ser una persona desagradecida o un farsante. Pero lo realmente destacable es que al no verlo en la misma esquina cuando volvemos a casa el hombre conjeturado deje de existir. Las distintas corrientes filosóficas difieren en sus interpretaciones acerca de cómo es posible poseer la cualidad de inexistente y ser un farsante al mismo tiempo. Que se pueda hablar de un «yo» referido a este sujeto es todavía objeto de estudio. Por ahora, la única verdad incontestable es que vivir sin gas o electricidad hace difícil calentarse o cocinar un arroz.