—Espejito, espejito, de todas las mujeres, ¿quién es la más hermosa del reino? —preguntó la reina mirando fijamente su reflejo.
—¿Quieres serlo tú? —contestó una voz.
La reina no se esperaba esta reacción. Daba por hecho que la respuesta sería que era ella, inequívocamente, la más bella de todas.
—Claro… —dijo con un titubeo—. ¿Qué debo hacer?
—Tendrás que aprender las materias de la aritmética, es decir, fumar, reptar y, sobre todo, feificar —aseguró la voz.
—¿Qué es feificar?
—¿No sabes qué es feificar? Sabrás por lo menos lo que significa embellecer.
—Quiere decir hacer algo más bello de lo que es —contestó convencida la reina.
—Pues si entonces no sabes lo que significa feificar, es que eres muy tonta. Tendrás que hacerlo con todas las mujeres del reino —concluyó la voz.
La reina, no demasiado hábil con los juegos lingüísticos, prefirió no preguntar nada más y salió de la estancia pensativa, dando por terminada la conversación. En el preciso instante en que se cerró la puerta, el espejo se disolvió por unos segundos en una bruma plateada y Alicia pasó a través de él. Era una suerte que la Falsa Tortuga le chivara lo que tenía que decir, pero maldijo el día en que se le había ocurrido hacer caso a esa loca que pensaba que los espejos hablaban.
