Mundos paralelos, ruptura de expectativas, cambios de contexto, suspense, humor, terror…, todo cabe en un microrrelato si lo narras y lo estrujas bien.

Autor: Lluís Talavera (Página 4 de 12)

Libre albedrío

La mujer se encontraba en ese momento de la vida en que cuerpo y mente dejan de hablarse y van cada uno por su lado. La fragilidad había domesticado sus ambiciones, que en aquellos días se limitaban a acabar un libro en cuyo argumento se reconocía a sí misma y que le devolvía recuerdos aparentemente olvidados. Lo había ido paladeando poco a poco hasta esa tarde, cuando convencida de haber llegado al final encontró varias páginas en blanco, como si quedara algo por explicar. Aunque a la mañana siguiente ya estaban llenas de texto, pronto descubrió más páginas sin escribir. El libro estaba dotado de una molesta resiliencia confrontada con su deseo por terminarlo y los días transcurrían en medio de un brote incesante de párrafos siempre acompañados de nuevas hojas en blanco. Una noche, cansada de prolongar lo que ya parecía una agonía, decidió que esa historia iba a tener un final antes del amanecer.

Hallaron a la mujer con su diario entre las manos. Sus ojos, aún abiertos, evocaban la mirada de quien aspira a escribir su propio desenlace, de llegar a ser, siquiera por un último instante, el autor de su propia vida.

 

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Indiferencia

El hombre acude a la comisaría para confesar su culpabilidad. Un agente le escucha con cierta desgana mientras expone con gran riqueza de detalles las circunstancias de la muerte de un huésped del hotel Flamingo, acaecida hace ya una semana. Explica que se ve incapaz de seguir haciendo frente a los remordimientos, que no puede permitir que sus familiares sigan sin conocer la verdad. El agente, sorprendido por el testimonio que acaba de escuchar, duda un instante, pero al momento lo invita a marcharse convencido de que solo busca notoriedad o no está en sus cabales. La falta de interés por resolver el caso devuelve al hombre al estado de ansiedad de la semana anterior. Regresa al hotel Flamingo y se tira de nuevo por el balcón.

 

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Todo en orden

Deja el sobre encima de la mesa y bebe el último sorbo de vino antes de comenzar el discurso que ha ensayado tantas veces. Con tono solemne pero al mismo tiempo conmovedor, proclama que mientras coma cada día y tenga donde vivir, el resto será para sus nietos. Tan solo se lamenta de la mujer que viene a limpiar, lo cambia todo de sitio. La muchacha recuerda que a su padre nunca le ha gustado que los demás toquen sus cosas. Sonríe, acepta el dinero con menos remordimientos y mira su reloj, tiene que ir a buscar a los niños. Después de un abrazo parten en direcciones opuestas. Horas más tarde, el anciano se encuentra reuniendo sus pertenencias en un rincón cuando aparece la operaria. La mujer barre a su alrededor y vacía las papeleras como si el hombre y sus cartones ni siquiera estuvieran allí.

 

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Historia universal

Los niños no pudieron resistirse. La explicación les resultaba larga y aburrida y la tentación de apartarse del grupo para explorar por su cuenta los alrededores era demasiado fuerte. Su atrevimiento obtuvo recompensa cuando encontraron aquel par de animales muertos. La historia les resultaba tediosa pero la biología, en cambio, era uno de sus temas preferidos. Tras contemplar fascinados los cuerpos durante unos segundos, en una de esas chiquilladas de la infancia, alguien tuvo la ocurrencia de que a lo mejor era posible revivir uno de ellos introduciéndole el corazón del otro. Justo en el momento en que intentaban acoplar el órgano apareció el profesor. No recibieron la reprimenda que esperaban, solo una advertencia de que debían tomarse muy en serio la vida y la muerte. Bastante tendrían con sortear aquel laberinto de cadáveres en su vuelta a la nave, esta vez sin taparles los ojos, para que aprendieran las consecuencias de jugar a ser dioses.

 

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Sinceridad

El poema le ha gustado tanto que he preferido dejar que pensara que era mío. Iba a advertirle del error, pero para entonces ya estaba describiendo la sensibilidad que yo desprendía, expresando su admiración por las personas que tenían ese talento para la escritura. Sin embargo, nada más entrar en su casa he comenzado a sentir remordimientos. Si me ha traído aquí, si se estremece cuando rodeo su cuello con mis brazos, es por todas las patrañas que yo misma he avivado. Estoy segura de que me voy a arrepentir si no acabo con esta comedia, por eso aprieto y aprieto hasta que deja de respirar. Antes de que piense que soy una de esas mujeres incapaces de matar una mosca.

 

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Superstición

Los sacerdotes cinéfilos no deberían practicar exorcismos. Estos dos, por ejemplo, llevan un buen rato esperando que la cabeza de la niña realice un giro inverosímil de trescientos sesenta grados para comprobar que el suyo funciona. La desesperación les impulsa a dar ellos mismos vueltas alrededor de la cama, como si todo se redujera a rotar de una forma u otra. Con tanto alboroto, no es extraño que la chiquilla haya vomitado el puré de guisantes y lance unos gritos tan frenéticos que uno diría que la ha poseído el diablo.

 

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Falsa disyuntiva

Por todas partes surgen figuras agónicas con paso torpe y mirada perdida. El niño está habituado a verlos sin que le sobresalte su aspecto, que en condiciones normales estremecería a cualquier adulto. Lo que le causa verdadera angustia es pensar que puede llegar a ser como ellos. Nada le produce más horror que la perspectiva de rendirse a los apetitos que les dominan, ese ansia por morder carne humana.
Permanece oculto con su familia en un sótano y mientras su padre sale a buscar desesperado una comida que nunca aparece, él descansa acurrucado entre las piernas de su madre. Ni se da cuenta de que les falta otro pedazo de muslo cuando una voz familiar le despierta diciendo que se acerque a cenar.

 

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Animales de granja

Aparta la vista del microscopio y se frota los ojos vencido por el cansancio. El número de bebés muertos alcanza cifras preocupantes y hace mucho que ha avisado de que esta epidemia podría suponer el fin de la especie humana. El gobierno, interesado en no alarmar a la sociedad, sostiene que si la civilización ha evolucionado hasta el punto de eliminar prácticamente todas las enfermedades, superar una más solo será cuestión de tiempo. Y sin embargo, los datos demuestran todo lo contrario, en pocas semanas los efectos van a resultar devastadores. Las glándulas humedecen la piel verde del científico, como las gotas de sudor que resbalan por la frente de los humanos cuando están nerviosos. Teme que el virus deje a sus descendientes sin alimentos.

 

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Extraños

Supongo que fueron los nervios del momento los que provocaron que tropezara en aquel escalón. Me acuerdo perfectamente de la cara de espanto de mi hermana cuando me vio tendida en el suelo, y de su alivio al comprobar que estaba ilesa. También soy capaz de reconstruir con bastante detalle el itinerario hasta la iglesia o las particularidades del coche alquilado para la ocasión. Lo que perdí en aquella caída fue todo recuerdo de la persona que iba a ser mi marido. Con la esperanza de que fuera un efecto pasajero, logré superar el día sin despertar sospechas para acabar poniendo el anillo a un desconocido, junto al que pasé una noche de bodas llena de excusas y sin poder conciliar el sueño ante la idea de que me tocara.
Todavía sigo sin acordarme de él. Más de una vez me ha acuciado la necesidad de desahogarme, pero a medida que pasaba el tiempo la historia sonaba cada vez más inverosímil, casi como una coartada. He encontrado una oportunidad en este grupo de mujeres que comparten problemas conyugales. Cuando me llega el turno explico toda mi historia, el tormento de vivir con alguien que resulta irreconocible, la angustiosa sensación de que tu pareja sea un completo extraño. Concluido mi testimonio me preparo resignada a escuchar murmullos de incredulidad, pero solo se respira silencio. Al levantar la cabeza encuentro unos rostros que me miran con esa especie de claridad con la que solo pueden mirarte quienes comprenden lo que dices por haberlo sentido en sus propias carnes.

 

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Rutina laboral

En mi oficina hay muy buen ambiente, cada semana nos reunimos para tomar algo y aprovechamos para intentar resolver nuestras diferencias con el jefe. Ayer, por ejemplo, le echamos somníferos en la cerveza, lo esposamos y lo tiramos al mar. Todo estaba minuciosamente planeado, atándole el peso exacto para que se hundiera con rapidez, optimizando, como él repite a menudo. Y no es que no lo hiciéramos con cuidado el día anterior cuando le atropellamos pasándole más de una vez por encima con el coche, porque si algo tenemos en este equipo es que siempre perseguimos la excelencia. Hoy ha vuelto a llegar el primero, un buen profesional no se ausenta del trabajo si no es por fuerza mayor. Un día más acechando a sus subordinados a través del cristal, buscando nuevas formas de atosigar. Nosotros hacemos como que no nos damos cuenta y fingimos trabajar mientras buscamos en internet venenos que no dejen rastro.

 

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