La parte en dos trozos, y cada uno de éstos en dos trozos más, emprendiendo una serie sucesiva, programada y sistemática de fragmentaciones. Dos a la dos, cuatro; dos a la tres, ocho, va calculando potencias para saber cuántas partes lleva hasta llegar a quinientos doce, momento en que repara que tras la siguiente repetición tendrá mil veinticuatro. El androide llora, incapaz de desterrar su rabia rompiendo la carta en mil pedazos como sugería la terapia. Su amor no recorre fases, es binario, la quiere o no. Conserva los veinticuatro trozos sobrantes para hacer un ritual de brujería blanca.
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