«Mis órdenes son deshacerme de ti, y debo hacerlo de forma lenta y dolorosa» —dice el sicario a la forense que había descubierto lo que no debía. La víctima inicia un diálogo buscando retardar la ejecución y, como quien acude a una sesión de terapia, el asesino detalla minuciosamente todos sus planes, explicando los motivos para actuar de la forma en que lo hace. Durante ese tiempo la mujer consigue liberarse y espera una oportunidad para escapar. Sin embargo, el relato se va haciendo más interesante a medida que avanza, a la vez que la personalidad del individuo resulta cada vez más cautivadora. El sentimiento es mutuo, por lo que el monólogo se transforma en una animada conversación. El hombre la invita a cenar, no pasa nada por retrasar un poco el encargo. «No creas que hago esto con cualquiera» —afirma ella mientras abre la puerta de casa. La boda no tarda en llegar, pero el trabajo del marido le obliga a pasar mucho tiempo fuera de casa y la falta de convivencia deja huella en la relación. El entusiasmo inicial mengua con el día a día y se convierte en desinterés. Esta noche durante la cena no tienen nada de qué hablar, sólo un escueto «¿me pasas el pan?» ha roto el incómodo silencio. Ninguno de los dos se atreve a decir que ya no ve sentido en la relación. De madrugada ambos sueñan con el otro y con asuntos laborales.

 

Publicado en la revista El callejón de las once esquinas, número 4.

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