Todo cabe

Mundos paralelos, ruptura de expectativas, cambios de contexto, suspense, humor, terror…, todo cabe en un microrrelato si lo narras y lo estrujas bien.

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Selección natural

Convertido en lechuza por un conjuro, el príncipe tuvo que habituarse al comportamiento que le imponía su nueva condición. Durante el día se refugiaba en el silencio y la penumbra. Por las noches, se escondía y esperaba inmóvil hasta que un sonido delataba la presencia de algún anfibio al que apresar. Satisfecho su apetito, a menudo sobrevolaba el castillo, donde pasaba largos ratos observando a la princesa dormida y lamentándose de no ser ya quien era para poder despertarla con un beso. Suponía, incorrectamente, que tal sueño era permanente. En realidad, la muchacha se levantaba cada día temprano y salía en busca de una rana a la que besar, pensando que encontraría alguna a la que transformar en un apuesto príncipe. Una mañana, la joven atisbó en un agujero el plumaje de una lechuza y comprendió por qué cada vez había menos ranas en el estanque. Enfurecida, ordenó soltar a los halcones para que acabaran con el endemoniado animal, sin saber que, días después, soldados fieles al príncipe aparecerían en las puertas de su alcoba con las armas desenvainadas.

Casa vacía

Acabó de escuchar el mensaje grabado en el contestador. El tono de la voz era calmado, sin atisbo de hostilidad, como si una separación pudiera llevarse a cabo de forma civilizada, aunque a ella las palabras le sonaron despiadadas: Marina, pasaré a recoger la maleta mañana a las cinco, si no quieres verme déjasela al portero. Corrió al dormitorio a abrir el altillo donde guardaba las maletas, miró como quien busca alguna cosa pero no sabe qué y rompió a llorar. Ni se llamaba Marina ni nunca había tenido la maleta de nadie en casa.

Finalista en la convocatoria de mayo 2020 del concurso de la Microbiblioteca.

Cuentos de hadas

Si se anudaba el pañuelo rojo en la cabeza, inmediatamente se convertiría en un osado pirata en busca de un tesoro escondido. La sábana era una capa que hacía invisible a quien la portara. Cada noche antes de dormir, su padre señalaba objetos de la habitación y les atribuía propiedades maravillosas. Luego inventaba una historia que llevaba al niño en volandas a mundos ficticios donde todo, absolutamente todo, era posible. Y antes de arroparle, le decía que, aunque escuchara gritos, mamá y papá no estaban enfadados, que siempre cuidarían de él.

Como una más

El escaparate está lleno de muñecas de colección. Un sinfín de muñecas de todas las formas, tamaños y épocas que cuido con mimo y colmo de atenciones. Arreglo sus vestiditos de seda, retoco sus peinados y las ubico de forma que, dentro de la multitud, cada una parezca distinta, especial.
Veo aparecer a la niña casi a diario. Siempre sola y vistiendo un abrigo raído. Se le van las horas contemplando las muñecas, con la mirada de quien ha descubierto un coro de ángeles que habitan un paraíso inaccesible para los que no son de su condición. A mí me da cada vez más lástima ver sus ojos aferrados a lo que unos días me parece una esperanza y otros una quimera. Algo me dice que no es con tener una muñeca con lo que sueña, que lo que realmente anhela es ser una de ellas.

Seleccionado para el recopilatorio anual de Esta Noche Te Cuento (abril, 2020).

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Los demás

El hombre no entiende el irresistible reclamo que ejerce el mostrador para que la gente comience a hacer cola tan pronto. Ese afán por ser los primeros en entrar al avión le resulta insufrible. Mientras pierden el tiempo, él aprovecha el paréntesis sentado cómodamente, entretenido leyendo un libro o mirando maniobras de aterrizaje y despegue a través del ventanal. Con todo, no puede evitar observarles de reojo alguna que otra vez, preguntándose si advertirán su mirada de desaprobación. Deja pasar el tiempo y apura hasta que ya ha entrado todo el mundo pero, llegado el momento, descubre que es incapaz de levantarse. Su nombre resuena varias veces por los altavoces de la terminal. Nada. Pasados unos minutos vuelven a llamarle por megafonía. Última llamada. Él permanece inmóvil, con los ojos cerrados, aplazando el momento. Presiente que no va a poder soportar las miradas cargadas de reproche que le van a dirigir los demás pasajeros cuando entre tarde en el avión.

 

 

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Prejuicio

Hace rato que el niño tiene los ojos abiertos de par en par: es la primera vez que visita un circo con una exhibición de rarezas humanas. Su padre le ha llevado para enseñarle que esas personas no son atracciones de feria y que su oficio es tan digno como cualquier otro. No le cuesta demasiado. Donde los demás solo ven a un hombre con un cráneo tan reducido que parece la cabeza de un alfiler clavado en el cuerpo, el pequeño descubre a alguien alegre y lleno de talento. Es el único que escucha con interés el ingenioso monólogo de otro individuo que se mantiene de pie sobre un taburete con su tercera pierna, el resto del público ríe a carcajadas. Su entusiasmo se multiplica con cada nuevo personaje, hasta que llega a la última jaula y se queda embelesado contemplando la sonrisa de la niña camello, que nació con las rodillas dobladas hacia atrás y solo puede caminar a gatas. El padre se siente satisfecho. «Tal vez aún pueda ser alguien en la vida», piensa mientras vuelve a cubrir la cara de su hijo con una capucha antes de volver a casa.

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Vestimenta

Esta mujer es incorregible: en mitad de la noche tira y tira hasta que me destapa del todo y el frío acaba por despertarme. A veces simulo el sueño para tratar de sorprenderla antes de que se cubra con la sábana y huya impunemente a través de la pared.

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Abuelo incómodo

La casa vacía presenta un aspecto lúgubre, aunque eso no le preocupa demasiado. Lo que le asusta de verdad es la falta de compañía. Un espíritu alegre como él necesita rodearse de juventud, ver a sus nietos derrochando vida, jugando y correteando por los pasillos. No alcanza a comprender por qué razón su hijo y su nuera se incomodaron tanto cuando entró por sorpresa en el dormitorio. Al fin y al cabo son familia, y a estas alturas ya ha visto todo lo que había que ver. Le consuela que al menos hayan dejado la ouija, por si los nuevos inquilinos quisieran hablar con él.

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Fugaz

Déjala junto a la verja cuando esté preparada, que enseguida pasarán a recogerla, ha dicho el señorito como quien habla de un mueble. La mujer viste a la niña con la ropa de los domingos y la lleva hasta el portón mientras menea la cabeza en señal de negación, con las prisas no le ha colocado el pasador en el cabello como es debido. No puede pararse a entrever la posibilidad de que algún día la aguja acabe clavada en el cuello del amo, ni tiene tiempo de cuestionar que unos manden tanto y otros no pinten nada. Ni siquiera le queda un momento para despedirse antes de que vengan a buscar a la pequeña. Luego, ya con más calma, dispondrá de media vida para recordar a aquella hija que un día tuvo y que nunca fue.

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Lo eterno y lo perecedero

Nunca falta una rosa en la mesita de noche de esa mujer. La razón es lo de menos, aniversarios, muestras de amor o regalos sorpresa hacen posible que la flor siempre tenga su reemplazo. Un día el hombre le compra una rosa que no se marchita. Es hermosa y colorida, pero ella echa de menos las otras rosas, las que la hacían estar pendiente cada día hasta que se les secaba el último aliento. Al mismo tiempo, no quiere que le regale más, pues no podría soportar ver como se estropean al lado de una rosa eterna. El amor de alguien que quiere y no quiere que le regalen rosas es un amor imposible. El hombre se abandona a la melancolía y pasa los días sin ser nadie, malgastando su existencia, incapaz de entender que como ocurre con las rosas, lo que le da valor a la vida es saber que con el tiempo se nos marchita.

 

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