Mundos paralelos, ruptura de expectativas, cambios de contexto, suspense, humor, terror…, todo cabe en un microrrelato si lo narras y lo estrujas bien.

Año: 2018 (Página 3 de 4)

Ley de correspondencia

El atleta va por delante de todos, su sueño ya no tiene más obstáculos a superar que las últimas vallas hasta la meta. Ignora que la concordancia universal teje una correspondencia entre la vida del ser humano y la de otras criaturas. Esa es la razón por la que ha tropezado al salir de la última curva. De ahí que observe desconcertado cómo primero los pies, y poco a poco el resto del cuerpo, se desvanecen como si fueran ecos de un espejismo. Todo ello sucede al mismo tiempo que una oveja cansada de contar entra en un sueño profundo.

Publicado en Cuentos para el andén, número 69.

 

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Imaginación desbordada

—Espejito, espejito, de todas las mujeres, ¿quién es la más hermosa del reino? —preguntó la reina mirando fijamente su reflejo.

—¿Quieres serlo tú? —contestó una voz.

La reina no se esperaba esta reacción. Daba por hecho que la respuesta sería que era ella, inequívocamente, la más bella de todas.

—Claro… —dijo con un titubeo—. ¿Qué debo hacer?

—Tendrás que aprender las materias de la aritmética, es decir, fumar, reptar y, sobre todo, feificar —aseguró la voz.

—¿Qué es feificar?

—¿No sabes qué es feificar? Sabrás por lo menos lo que significa embellecer.

—Quiere decir hacer algo más bello de lo que es —contestó convencida la reina.

—Pues si entonces no sabes lo que significa feificar, es que eres muy tonta. Tendrás que hacerlo con todas las mujeres del reino —concluyó la voz.

La reina, no demasiado hábil con los juegos lingüísticos, prefirió no preguntar nada más y salió de la estancia pensativa, dando por terminada la conversación. En el preciso instante en que se cerró la puerta, el espejo se disolvió por unos segundos en una bruma plateada y Alicia pasó a través de él. Era una suerte que la Falsa Tortuga le chivara lo que tenía que decir, pero maldijo el día en que se le había ocurrido hacer caso a esa loca que pensaba que los espejos hablaban.

 

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Desconocidos

La enfermera le dice que ya puede irse a casa. Después de vestirse y devolver la pulsera de identificación, lo recoge una muchacha que no conoce. Durante el trayecto, le explica que es la nueva niñera, que su hija y su yerno no han podido venir porque están ocupados. La casa es enorme. Escoge un rincón confortable en el que se pasa la tarde leyendo hasta que una voz infantil anuncia a gritos que la cena está lista. En la mesa, su presencia pasa desapercibida, todos están concentrados en otros asuntos. Los adultos están enzarzados en una discusión en la que se comenta que «no puede seguir aquí y tampoco le vamos a pagar una residencia». A la mañana siguiente, el anciano toma una decisión. Simula estar enfermo con la intención de que la joven empleada le lleve a urgencias. Lo hace a la hora justa para que ella no pueda quedarse. De alguna manera consigue que decidan ingresarle. Mientras espera a que le asignen habitación, se fija en un tipo de edad avanzada y aspecto desaliñado. Nadie se percata del intercambio de pulseras. Ha recuperado la que le pusieron cuando entró la primera vez. La que lleva escrito «desconocido».

 

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Común

Nos hemos planteado decirles que se buscaran otro sitio. No porque esto sea un club privado precisamente, sino porque estamos tan hacinados que pronto acabaremos unos sobre otros. Ya sabemos que no lo decidimos nosotros, pero nos gusta dejar correr la imaginación y pensar que nuestra opinión aún cuenta. En un rato comenzarán a caer cadáveres y los afortunados harán el signo de la victoria para celebrar que no han quedado sepultados por los nuevos. Poco más tenemos para consolarnos que buscar la suerte de aparecer los primeros si de aquí a unos años no nos han olvidado del todo.

 

Relato finalista del concurso del programa Wonderland de R4 en la semana del 23/06/2018

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Petición

Unas rebotaban en infinitud de paredes, como en una especie de frontón, con la esperanza de llegar a su destino. Otras llegaban en un atractivo envoltorio que disimulaba su contenido, pero reclamando a gritos su libertad. Algunas estaban ocultas, suspirando por ser descubiertas. Las palabras contenidas en indirectas, eufemismos e insinuaciones entre líneas llenaban tanto espacio que el sentimiento original parecía encogerse y perderse en un abismo verbal, comprimido como un mensaje metido en una botella y lanzado al mar sin saber si realmente llegará a su destino. De modo que se decidió. Con un ligero temblor en la voz y su mejor sonrisa, dejó ir unas palabras desnudas, entre interrogaciones, consciente de la desesperante incertidumbre que se apoderaría de él hasta saber la respuesta.

 

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Retiro

Ha estudiado concienzudamente cómo preparar la tierra. Dedica un espacio para los tomates, otro para las berenjenas y otro para los pimientos. Fija los trozos de madera para luego atarlos y delimitar los bancales. Nunca dudó de que podría dar un segundo uso a esa cuerda olvidada en el desván. Recuerda a su mujer regañándole por acumular trastos inútiles, parece que fue hace cien años, y seguramente sea así. Ojalá pudiera enseñarle cómo se las ha ingeniado para aprovechar las estacas de aquella turba de ignorantes. A pesar de todo, seguro que le obligaría a deshacerse de los cuerpos desangrados. La verdura la regalará, para no tirarla.

 

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Amores que matan

A esa mujer que a la vuelta de sus viajes cuando hace el equipaje nunca le cabe todo, le aterra la posibilidad de que haya podido dejarse algo tan importante, las discusiones siempre le hacen perder la cabeza. Sus manos navegan con impaciencia por todos los rincones de la maleta hasta vaciarla en un santiamén. Sobre la cama hay unos vestidos, un neceser, cinta americana y un pijama. Sobre la cómoda, una cuerda, ropa interior, somníferos y un frasco de colonia. Pero ese libro del que se ha enamorado no aparece por ninguna parte. Tampoco hay ni rastro de su marido.

 

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Circularidad de los sueños

Nadie repara en aquel hombre sentado en la terraza de la cafetería que maneja el lápiz con movimientos suaves y precisos. Trazo a trazo reproduce hasta el último detalle de la vivienda abandonada que tiene enfrente. Pese a ello, solo es capaz de desterrar la sensación de que el dibujo está incompleto cuando añade una figura femenina, a la que su imaginación atribuye el hechizo de una sirena. Sin que nadie se percate, una mujer asoma por la ventana de la casa con la mirada puesta en los restos de esa antigua cafetería clausurada hace ya tiempo. Un anhelo imperioso le invita a cantar una oda al amante con el que fantasea. Su voz es de las que subyugan sin remedio. Cautivo de aquellas notas, aparece un artista con lápiz y papel en mano.

Nada de esto advierten los transeúntes que diariamente cruzan ese espacio entre la cafetería y el caserón. Como tantas otras cosas, pasan desapercibidos, transitando hacia destinos sin futuro, abarrotados de sueños que siempre acaban igual que empiezan.

 

Seleccionado en la convocatoria de abril de 2018 de Esta Noche Te Cuento.

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Narciso

Desde el día que murió todo fueron elogios a su belleza. Tanta era su soberbia que nunca congenió con sus iguales, de los que aborrecía los andares torpes y su aspecto repulsivo. Solo se aproximó a la verdad cuando dio con aquel estanque y el reflejo sobre aguas cristalinas le mostró un rostro putrefacto. A partir de aquel instante, experimentó tal desapego por la muerte, que día tras día su cuerpo fue recuperando vigor, hasta que llegó el momento en que tuvo que abandonar el cementerio para buscarse la vida. Es el más apuesto de la cola del comedor social.

 

Publicado en Cuentos para el andén, número 65.

 

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Espejismo

El hombre del pañuelo rojo camina desde hace días perdido entre las dunas. Extenuado, a punto de desvanecerse, le parece ver unas sombras a lo lejos que no alcanza a distinguir. Primero piensa que es fruto de su imaginación, pero inmediatamente estalla en sus oídos un estrépito de bombos y trompetas. La incredulidad le da fuerzas para levantarse y mirar. Abre el cortejo la banda de música interpretando un repertorio de las coplas más populares. Tras ellos, las charangas, con pocas personas pero disfraces muy vistosos. Cerrando la marcha, un niño portando una nevera con helados. El hombre disfruta del colorido del desfile, contagiado del ambiente que se respira. Anima con palmas mientras los fastuosos trajes de lentejuelas se mueven con gracia al ritmo de la percusión, deslumbrado y asombrado al mismo tiempo por el espectáculo que se desarrolla ante sus ojos. Un sorbete de limón le trae recuerdos de la infancia y parece saciar de golpe toda su sed. El día transcurre tan alegre y animado que se olvida completamente de que está perdido en el desierto. Al llegar la noche, todos comparten un campamento improvisado. Eso fue hace tres días. Desde entonces, el niño ha ido dejando por el camino los cadáveres de sus padres, sin bombos ni lentejuelas, soñando con un sorbete de limón imposible. Del hombre del pañuelo rojo, ni rastro.

 

Publicado en la revista Almiar

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